lunes, 15 de marzo de 2010

PENETRANTE MIRADA A LA VIDA TIBETANA

PENETRANTE MIRADA A LA VIDA TIBETANA

The Timaru Herald (Nueva Zelanda)
11 de enero de 2010

Lynley Marett no clasifica sus aventuras en el extranjero como “vacaciones”. En cambio, les llama “excursiones de aprendizaje”.

Recientemente, la mujer de 58 años de edad cumplió el deseo que tenía desde hacía mucho tiempo, el de explorar el Tíbet. La reportera del Timaru Herald, Bethany Marett conversa con su madre acerca de su intrépida aventura.

“La libertad que experimentamos como neozelandeses para pensar, hablar y movernos a través de nuestro país se da por sentada, y rara vez es razonada, hasta que nos encontramos en una situación donde se restringen las libertades”.

Esto pronto se hizo evidente a Lynley Marett, cuando antes de abordar el aeroplano en el aeropuerto de Guangzhou en China continental, fue sometida a un largo proceso de revisión, re-revisión y fotocopiado de documentos para convencer a los funcionarios chinos de que su visita al Tíbet no era un peligro. Tenía un par de días libres para visitar China y Mongolia.

Para los extranjeros que viajan desde China al Tíbet, el requisito de tener un guía y un “itinerario” para que sus movimientos dentro del país puedan ser controlados, fue un concepto no fácilmente aceptado por aquellos acostumbrados a la libertad como Lynley, y algo con lo que podía encontrarse a través de sus cinco días en este país.

Después de ser recogida en el aeropuerto por su guía tibetano y el conductor, Lynley dijo que el viaje de 68 kilómetros a Lhasa, le proporcionó una visión sobre el territorio de origen de los tibetanos.

“Las casas a lo largo de la carretera eran de reciente construcción con fachadas luminosamente decoradas, al parecer por las apariencias, a lo largo de la entrada principal a Lhasa.”

“Invernaderos en lo que antes era tierra agrícola tibetana, ahora producen copiosas cantidades de melones y hortalizas para el mercado chino.”

Una vez en el hotel situado en el barrio tibetano de Lhasa, se le sugirió que descansara para aclimatarse a la altitud, después de haber volado desde el nivel del mar hasta los 4,000 metros de altura.

Sin embargo, a Lynley esto le resultaba difícil teniendo frente a sí las vistas y los sonidos de la vieja ciudad, que invitaba a la exploración. Así que se aventuró a salir a las calles del mercado, que le pareció que estaban allí desde siempre y que ofrecían todo lo imaginable para la venta.

“Trozos de carne cortados a la medida solicitada, quesos secos, granos, prendas de vestir - todos amontonados en mesas, taburetes, bancos, en sacos o en contenedores.”

Lynley dijo que en muchos de los edificios había vallas de gran belleza sobre amplias puertas, indicando claramente la naturaleza de sus productos o servicios. Puestos temporales estaban frente a estos establecimientos permanentes, a menudo mostrando una variedad de productos de dudosa calidad, muchos de los cuales habían sido traídos de Nepal.

El “itinerario” de Lynley le permitía aventurarse en la zona, en las inmediaciones del hotel, pero no el viajar sola fuera de la zona de la ciudad, el utilizar el transporte público, o visitar los sitios no previstos de antemano.

“Nuestros viajes fuera de Lhasa nos sometían a los controles regulares tanto de la documentación del guía como de la mía, para asegurarse de que seguíamos el camino previsto. Un punto esencial en el itinerario era una visita al magnífico Palacio Potala, situado en una colina con vistas a Lhasa.

“Con muchas escaleras para subir y considerando los efectos de la altitud, “poco a poco, lentamente” fue la frase clave del guía, hacíamos paradas frecuentes para disfrutar de las vistas.”

Lynley se enteró que el Palacio Potala, fue construido en dos etapas la primera, la Zona Roja, en el siglo VII y la segunda, el Palacio Blanco, en el siglo XVII.

“La entrada estaba estrictamente controlada durante el tiempo de la visita (de sólo una hora), corroborando que los visitantes hicieran avances rápidos por las elaboradamente adornadas habitaciones. Éstas estaban decoradas con hermosos colores tierra naturales - rojos, marrones, verdes. Habían tesoros ornamentales de bronce y de oro, tumbas, y los siempre dominantes Budas”.

Con la partida de su guía a las tres de la tarde y muchas de horas de luz que quedaban, era momento oportuno para visitar otros dos monasterios en las afueras de Lhasa.

Lynley buscó información acerca del autobús que debía abordar y lo consiguió fácilmente; lo cual fue seguido de un agradable, aunque lento recorrido, hacia la colina hasta el primer monasterio.

Este no resultó ser nada motivante, debido a un grupo de hombres “custodiando la entrada” por lo que decidió continuar hacia el segundo monasterio.

El asistente chino “amigable, que hablaba el inglés con fluidez”, de la oficina de boletos sugirió que no valía la pena pagar para entrar, ya que se acercaba la hora de cierre, pero luego procedió a solicitar “los datos de información para visitantes” que estaba “obligado” a recoger.

Lynley continuó explorando el exterior del monasterio y aprovechando las vistas sobre la ciudad, que incluía aquellas recientes construcciones, financiadas y construidas por los chinos.

Poco después de su llegada al hotel, Lynley recibió una llamada de un guía muy molesto.

“Él me informó que había recibido la visita de la policía, mientras yo había estado visitando una zona, sin estar acompañados por él y fuera de los sitios que aparecían en mi itinerario”.

“Yo tenía que quedarme en mi habitación, hasta que él llegara a discutir sobre las posibles consecuencias de mis indiscriminadas andanzas”.

Lynley dijo que el guía, una persona que hablaba en voz baja, cuidadosa y obviamente respetada en los círculos de los guías, estaba visiblemente alterado y que se dio cuenta que el incidente fue obviamente mucho más alarmante de lo que ella podía haberse imaginado..

“Él fue quien estuvo en peligro de perder sus privilegios como guía, y si esto se hubiera producido, a mí me habrían limitado a explorar sólo mi entorno inmediato dentro de Lhasa, y hubiera tenido que renunciar a mi viaje organizado en las zonas rurales circundantes de Gyantse y Shigatsu.”

El incidente se resolvió finalmente, con Lynley asumiendo la responsabilidad de su independencia, y prometiendo “ser buena” - una tarea, dijo ella -, que resultó más fácil de decir que de hacer en un nuevo e inexplorado territorio.

Lynley describe al pueblo tibetano más como nativos sudamericanos que chinos.

“Son de complexión más robusta y la piel rojiza, con caras sonrientes mostrando relucientes dientes blancos, típicos de los pueblos que viven en zonas donde los desafíos físicos y climáticos son una realidad cotidiana.”

“La vestimenta es aún conservadora, incluso en las ciudades, las mujeres usan largas faldas, blusas con chalecos, delantales con bolsillos agrupados en el medio, y una variedad de atractivos sombreros de ala ancha proporcionando un colorido acabado.”

“Esto en contraste con el estilo chino de la ropa, que es más contemporáneo con menos cobertura y más escote”.

Lynley dijo que en cualquier dirección que se mirara, revoloteaban “banderas de oración” que adornaban todos los sitios religiosos y los techos de las casas; y en las zonas rurales cualquier punto de referencia al cual se le pudieran adherir - afloramientos rocosos, cimas de las montañas, de un lado al otro de los ríos y quebradas e incluso en torres de alta tensión.

“Su aleteo de colores, hacía un fuerte contraste con el árido y rocoso paisaje.”

Pequeñas ruedas de oración eran llevadas y giradas, y rosarios de oración eran tocados sin cesar por una procesión constante de peregrinos en los caminos sagrados, con el acompañamiento de cantos murmurados, mientras “circunvalaban” siempre en el sentido de las manecillas del reloj.

“Esto es más evidente en el circuito de Barkhor alrededor del Jokhang, la estructura religiosa más venerada en Lhasa, donde muchos de los devotos, se postran con energía en un suave movimiento de una posición vertical a una horizontal.”

Los monasterios emblemáticos eran fuertes, oscuros y a menudo sin ventanas.

“Los interiores estaban atestados de Budas y velas de mantequilla, que emitían un constante olor rancio que impregnaba los muebles y que permanecía en las fosas nasales mucho tiempo después de haber partido.”

“Los monjes, aunque mucho menos numerosos que en días pasados, con un número restringido en los monasterios; todavía siguen creando una fuerte presencia tanto dentro como fuera de los templos; y en las calles donde vagan a voluntad, se comunican libremente a través de sus teléfonos móviles”.

En el monasterio de Sera, Lynley se sintió fascinada por los monjes jóvenes que se reunían bajo la sombra de los árboles del patio, en un ritual básico diario para debatir sobre las cuestiones religiosas.

“Sus brazos agitándose en todas direcciones, entreteniendo a los espectadores con sus vigorosas anotaciones físicas de sus argumentos, aunque ni una sola palabra podía ser entendida por su público extranjero”.

Desde los disturbios de marzo de 2008, dijo Lynley, que la presencia militar china en el Tíbet ha aumentado notablemente, especialmente en Lhasa, y que los soldados vestidos de antidisturbios estaban en constante movimiento, apostados en las esquinas de las calles o fuera de los edificios prominentes, y en vigilancia desde las azoteas.

“Los extranjeros son sospechosos de incitar la violencia y por lo tanto son disuadidos de visitar y de tomar fotografías del personal militar o de los puestos de trabajo.”

“Esto no fue fácil, especialmente en Lhasa, ya que su presencia era tal, que con frecuencia aparecían en el momento en que una cámara estaba lista para hacer clic.”

Lynley dijo que la amenaza de la confiscación de las cámaras fue un importante elemento disuasorio, junto con la pérdida temporal de los derechos de los guías acompañantes que se traduciría con el fin de su único medio de ingreso para mantener a sus familias.

Dejar atrás Lhasa y a su fuerte presencia militar, significó para Lynley poder ver algunas de las bellezas escénicas del Tíbet.

“Los prístinos lagos azules, los pasos de montaña, las montañas cubiertas de nieve, y las tierras de pastoreo fueron simplemente hermosos.”

“Vagando por las calles de Gyantse al inicio de la tarde, mostraba una visión de la vida doméstica, donde las personas y los animales viven en completa armonía.”

Entonces, mientras estaba en Shigatsu, Lynley presenció un día de fiesta nacional, que involucraba a cientos de tibetanos en un encuentro festivo en torno al Monasterio de Tashilhunpo para hacer un culto y luego un picnic.

Una vez más, mientras exploraba de forma independiente, un giro equivocado llevó a Lynley al centro de un parque lleno de los asistentes “más alegres” de la festividad.

Los intentos de encontrar maneras de salir de allí, se vieron seriamente obstaculizados por las invitaciones de “unirse a la fiesta”. Sin embargo, deseosa de estar lejos de las miradas indiscretas del personal militar que estaba en las azoteas con vistas al parque; Lynley que sentía que destacaba como la única persona con el pelo de color claro, volvió rápidamente a su hotel.

“Llegué justo a tiempo para responder a una llamada telefónica de mi guía, en la que le aseguré de mi seguro retorno [¡justo a tiempo!].”

A pesar de la dominación china del país, Lynley quedó impresionada por la manera en que los tibetanos han seguido manteniendo muy fuertemente su fe budista.

“Se aferran a la esperanza de que el decimocuarto Dalai Lama, pueda volver algún día para reanudar su papel que le corresponde como líder político y espiritual del Tíbet.”

Ella dijo: “El Kora” - los caminos espirituales alrededor de los monasterios - sigue siendo usado a diario, en particular, por la mañana y por la tarde.

“Manos se extienden para mantener girando los cientos de ruedas de oración, y colocar pequeñas monedas en las manos extendidas de los muchos mendigos sentados a lo largo del camino”.

Ella se enteró que ganar puntos de mérito para mejorar sus posibilidades en la otra vida, era también muy importante para el pueblo tibetano.

“Ellos generosamente dan dinero, cebada o tsampa a sus pobres y a sus monjes, no importando cuán escasa sea su propia forma de vida.”

Lynley admitió que era difícil, para un visitante extranjero el observar a los tibetanos en Lhasa teniendo que tomar el asiento trasero, mientras que su ciudad era “achinada” y sus tradiciones sociales y culturales contaminadas por los ideales comunistas.

“Su situación recibe poco reconocimiento de las naciones por miedo a enemistarse con los chinos.”

Con sólo seis días para estar en el Tíbet, admite que obtuvo una visión limitada de las duras realidades de la vida en las zonas más aisladas, pero quizás menos políticamente controvertidas del Tíbet.

“Sin embargo, el tibetano de suave hablar que fue mi compañero diario, a lo largo de toda mi visita, me brindó respuestas cautelosas pero muy significativas a la gran cantidad de preguntas que le hice.”

“Esto ciertamente mejoró mi comprensión de la forma tibetana de la vida, y me permitió apreciar su preocupación por el futuro de su país y de su gente.”



Traducido al español por Lorena Wong.




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